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Matías Manna On martes, octubre 23, 2007

La justicia italiana no lo podía mirar a los ojos. Muchas veces, el tiempo da la razón. Y cuando hay causas justas como las que esperaba Pep Guardiola es probable que pasen. Tuvo que esperar varios años. Que mal daño han echo lo que lo juzgaron. Cuatro meses sin jugar por eso y todo lo que representa una acusación de tal magnitud.

"Finalmente tras dos años se cierra un libro. Habría podido beneficiarme de la prescripción, pero quise recurrir a la apelación para demostrar mi total inocencia", manifestó hoy Pep. Y siguió con un gran mensaje: "He aprendido una lección: todo cuesta mucho. Cuando uno tiene la razón tiene que luchar contra el mundo. La constancia ha tenido su recompensa”.

Fragmento de la conferencia de prensa de Pep Guardiola:




Se ha llevado una de sus alegrías más grandes porque lo había perseguido durante mucho tiempo, cuando otros en una situación parecida ya lo habían dejado, pero él ha luchado duro. Guardiola demuestra su inocencia. Nunca es tarde. Nunca dudamos, Pep por su historia, por su compromiso y por miles de cosas más es un ejemplo con todas las letras. No vimos a nadie disfrutar más del fútbol que Pep. Guardiola no se haría daño ni a él ni al fútbol con una cosa de estas que promulgaron los injustos. ¡Felicitats y Visca Pep!

4 Comment

  1. Enhorabona, Pep!

  2. Anónimo says:

    Ya se veía que eso era algo imposible, y por fin se ha demostrado!! ^^

    Intentaron frustrarme atacando a mi gran ídolo de la infancia, claro que... no lo consiguieron :P

    PD: Me encanta tu blog! nunca había acabado de decidirme a poner nada pero lleva ya un tiempo en mis favoritos ( marcadores según Mozilla xD)

  3. dd says:

    Enhorabuena Pep, a ti Matías por tu fe y a todos los creemos en el paradigma Guardiola. En unos años triunfará como entrenador del FC Barcelona, con su grandiosa historia a cuestas y por su puesto, con la conciencia limpia.

  4. El 9 de septiembre de 1909 Franz Kafka llegó a Brescia para asistir a un espectáculo de aviación. Veinte días después, publicó su único texto comprometido con la realidad, la crónica Los aeroplanos en Brescia. A partir de entonces, reinventó el arte de condenar protagonistas.
    Kafka no volvió al campo donde contempló la exhibición aérea, pero su sombra quedó ahí. El 22 de noviembre del 2001, mientras se entrenaba con el equipo del Brescia, Pep Guardiola escuchó que había dado positivo por nandrolona, sustancia tan ajena a su dieta como el polonio. El proceso de Josep G. había comenzado.
    De acuerdo con Milan Kundera, en la justicia kafkiana la sentencia llega antes que el juicio y la víctima debe averiguar su culpa. En el 2001 un laboratorio de Roma interpretó orines en clave kafkiana.
    Durante seis años Guardiola impugnó la sanción que recibió en una liga en la que hay que contarse los dedos después de cada apre-
    tón de manos. Es de admirar que no aceptara el envenenado beneficio de una sanción menor y luchara hasta las últimas consecuencias por recuperar ante la ley la imagen que no dejó de tener en la memoria de la gente.

    Símbolo ético
    Guardiola representa un caso tan especial que amenaza con ser único. Cuando portaba el número 4 del Barça, cautivó a los culés de casa y de extrarradio, pero también a analistas de corazón tan blanco como Javier Marías y Jorge Valdano. Con su trayectoria de niño recogepelotas en el Camp Nou, aprendiz en la masía blaugrana, campeón olímpico y émulo de Josep Tarradellas al mostrar la copa de la Champions desde el balcón de la Generalitat, Guardiola simbolizaba la identidad responsable, una ética tan diáfana como las diagonales que trazó en el campo.
    Su trato con el balón se forjó en un aforismo de Johan Cruyff: "Si tocas una vez, juegas bien; si tocas dos, regular; si tocas tres, mal". El talento de Guardiola no consistía en retener la pelota sino en hacerla circular. Su función en la cancha también explica su conducta fuera de ella. Nada más ajeno a él que el ocultamiento.
    En un teatro de paradojas, el ombudsman del juego limpio fue designado culpable. El 12 de mayo del 2005, tres años y medio después de que las misteriosas pruebas causaran planeado escándalo en Italia, los cargos se ratificaron, convirtiendo a Guardiola en el primer condenado desde que el artículo 376 antidopaje entró en vigor. La sentencia no era cosa de broma: siete meses en prisión y una multa de 2.000 euros. Seguramente, hubo quien le aconsejó negociar una reducción de la condena. Eso hubiera prestigiado al calcio como un sistema riguroso que atrapa intoxicados con fama de intachables. En la jugada más firme de su trayectoria, Guardiola apeló la sentencia.
    Los futbolistas son pasajeros en tránsito que comen un pollo inyectado con hormonas en China y un pez con mercurio en Estados Unidos. No siempre orinan buenas noticias. Además, los médicos les preparan cócteles energéticos que rozan la norma. Para acusar a un jugador de dopaje habría que tener pruebas químicas confiables, pero sobre todo demostrar que actuó con conocimiento de causa.

    Un problema revelado
    La duración del proceso de Guardiola obliga a una amarga reflexión: ¿puede un jugador joven arriesgarse a impugnar una sanción injusta y pasar el resto de su vida profesional como el protagonista de El fugitivo? La exoneración del excapitán azulgrana sienta un precedente decisivo, pero también revela la situación inerme del futbolista. La lentitud de la justicia está de parte de quienes fabrican resultados.
    "Me rompieron las piernas", con esta frase Maradona acusó a quienes lo sacaron del Mundial de 1994 por haber tomado un remedio para la gripe. Eran muchos los que querían perjudicarlo. En cambio, Guardiola no tenía enemigos. Acaso esta circunstancia lo convirtió en víctima ideal para realzar el rigor de una liga cuestionada.
    La credibilidad de Guardiola nunca ha sido asunto de laboratorio. El tribunal que lo declaró inocente se puso a la altura de lo que ya sabíamos. Es posible romperle las piernas a un crack. No es posible romper a un hombre íntegro.

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